La primera parada fue en Jabugo. Sí, eso que conoceis por el jamón bueno de verdad es un pueblo de la Sierra de Aracena. La zona es alucinante, con colinas y riscos que se suceden, valles profundos y pueblos que aparecen donde menos te lo esperas. Todo está cubierto por densos alcornocales aprovechados para montanera, es decir para que sus bellotas alimenten al mítico cerdo ibérico...Aparte de este paisaje, destaca el olor a jamón ibérico nada más plantar el pie en el suelo en Jabugo. Así que claro, no queda más remedio que tomar unas tapas en el mesón 5 jotas...sin palabras.
La primera noche no dormimos muy bien, porque lo que pasó por allí pareció más un huracán que otra cosa. Amaneció un poco mejor, así que dedicamos la mañana a hacer acopio de ibéricos varios. De la paletilla de bellota ya solo quedan unos huesos para cocido y es que del cerdo ibérico se aprovecha todo, ya se sabe. El día siguiente seguimos por la Sierra de Aracena admirando las cortezas rojizas de sus alcornoques. Hicimos acopio de miel..ummm, si es que somos unos zampones! Ah, y nos volvió a llover a saco. Que no todo el el sur es sequía, no.
Tras pasar la noche ya fuera de la sierra, en Valverde del Camino, dirigimos la casa rodante hacia Doñana. Vergüenza me daba, un biólogo que nunca había ido! Bueno, nos dimos un paseo hacia un acantilado arenoso alucinante, con un sol de impresión. Tras eso y apretarnos unas lentejas (del Mercadona, cojonudas por cierto), fuimos esta vez al centro de interpretación del Acebuche, donde estuvimos observando aves desde los hides que hay junto a las lagunas cercanas. Casi lo mejor del día? La puesta de sol...De nuevo cojimos carretera y llegamos hasta Ayamonte, por ver si las gambas están tan bien de precio como las pintan. Bueno, cenamos bien y rico, pero tampoco barato barato, la verdad. Esa noche la pasamos junto al mar, en la zona de Isla Canela. Aparcamos el "chalete" junto al de unos franceses y a dormir, que llevábamos muchos km ya.Al día siguiente hicimos Ayamonte-Cabo de S. Vicente y, aparte de para comprar comida y eso, sólo paramos a comer. El pescado está rico y es barato en el Algarve, pero mejor saber cómo te lo van a poner. A mi me pusieron unas sepias enormes enteras y bueno, no triunfó demasiado, mientras que a Isela la jugada le salió mucho mejor con unas caballas (o eso creiamos que eran) asadas...Como los se hacen tan cortos en esa época, llegamos anocheciendo al cabo. Vimos una playa guapa y a un montón de guiris surfeando, pero ya no eran horas ni de pisar la arena. Quedaba buscar un sitio donde acomodar el "vinículo" para pasar la noche. Ya cansados de coche, por un momneto nos preocupó que hubiera señales de autocaravanas no, peeero eso debe ser para el verano, porque encontramos un sitio donde habia como 8 aparcadas con vistas a los increibles antilados y el sonido del mar de fondo. Sin palabras. Dimos un buen paseo, que hacia falta estirar las piernas tras la paliza de carretera, pero la zona estaba desierta y caia un chirimiri de esos que calan de lo lindo. Finalmente cenamos en el local de un español. La zona tenia ambiente de zona de costa en temporada baja, con un aire bastante melancólico. Nos fuimos a la cama con la ilusión de que al día siguiente llegarían los reyes magos! jeje.
Gracias a esos señores tan ancianos y enrollaos (...y a Isela, claro :-p), he disfrutado todo el invierno de unos estupendos zumos de naranja :-) sin destruirme la muñeca de tanto "de exprimir" y "de exprimir". A Isela le cayeron unos pies de gato y un arnés jeje. Ese día fue intenso. Visitamos la zona del cabo de S. Vicente, con su gran fortaleza, y los impresionantes acantilados, donde los pescadores locales se juegan más que un chapuzón. Tomamos después la carretera que va hacia el norte por la costa y encontramos una playa alucinante, de esas que te apuntas para-la-próxima. Lo malo fue que estaba todo el mundo movilizado, junto al helicoptero de salvamento, buscando a un pescador al que las olas habían engullido. Y es que el temporal que había esos días lanzaba auténticas montañas contra la costa que hacían empequeñecer los farallones rocosos.
Tocaba ya desandar el camino, no sin antes probar un arroz caldoso, tras un viaje guapo, guapo, de esos que te dejan con ganas de volver :-). Y es que estos viajes en autocaravana son road movies!
1 comentario:
Viva las caravanas y las furgonetas...
Solo os faltó un poco de escalada!
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