martes, 1 de enero de 2008

Miedo

Mira hacia abajo, pero no ve dónde ha puesto los pies. Mira hacia arriba, el casco roza en la pared y piensa “puto casco...”. No lo ve claro. Más bien no lo ve. Por la derecha parece más difícil, demasiado desplomado. Por la izquierda...demasiado liso. Intenta relajarse, respira hondo y lo único que escucha es el bombeo de sangre cerca de su oido. Se repite “no descontroles, no pasa nada, tranquilo,...”, pero el bombeo martillea más y más. Mira de nuevo hacia abajo, tampoco se ve el último seguro. Debe estar como a 10 metros. La cuerda está tirante, su compañero está pendiente, sabe que la cosa no va bien. Esa tensión es lo único que le une al mundo exterior, pero su mundo ahora son dos metros cuadrados de roca.

Cada vez está más incómodo. Aunque no está en mal lugar, no puede relajarse. Los antebrazos le empiezan a quemar. Vuelve a mirar hacia arriba mientras intenta reunir un poco de valor para dejar esa posición. No piensa en ello, pero los 200 metros de vacío que tiene por debajo suponen un freno para su agilidad. Cada movimiento parece ralentizarse hasta el extremo. Entonces oye la voz grave de su compañero, que se encuentra unos 30 metros más abajo...”no te preocupes tronco que si te caes sólo te tronchas las dos piernas!”. Piensa, y casi se le escapa entre los labios,...”será gilipollas...”. Sin embargo, reúne ese valor tan esquivo y, tras subir los pies lo más que puede, aprieta los dedos de la mano izquierda con todas sus fuerzas. Mientras, saca la mano derecha e intenta elevarse un poco en busca de algo a lo que agarrarse a continuación. El martilleo parece un ataque de artillería, sus manos sudan, la cuerda roza demasiado y le tira hacia abajo. No puede ver dónde pone la mano. Se guía por el tacto. Sabe que si no encuentra algo bueno a lo que agarrarse no va a ser sencillo volver a la posición que acaba de dejar, pero no piensa en ello. Aprieta aún más con la mano izquierda, los dedos duelen. Con la punta de un dedo roza un pequeño filo. Como si fuera un autómata, aprieta con tres dedos llenos de sudor. El agarre no es bueno, pero es, así que intenta mover su peso dependiendo de esa mano. El ataque de artillería parece amainar.
Un pie se le resbala. En un instante el peso que recae sobre la mano recién plantada se multiplica. Aprieta, aprieta!...Un sudor frío invade su espalda. Cierra los ojos... No se ha caído...Planta de nuevo el pie y rápidamente sale de esa situación. Tiene el bello erizado y la respiración desbocada. Llega a un saliente que le parece un campo de fútbol y sin embargo no llega al tamaño de una octavilla. Una sensación de euforia le recorre todo el cuerpo. Es la sensación de estar vivo. Sabe que podía ser un fiambre 20 metros más abajo. No piensa en ello. Ahora sólo quiere volver a ver a su compañero. Sonríe mientras se acuerda de lo que le acaba de decir “que sólo me iba a partir las piernas cabrón?...”

3 comentarios:

Fer dijo...

¡Guauuuuuu!
Perfectamente descrito.
Hemos vivido eso muchas veces, y sin embargo no tiramos la toalla.

(Tu compi es un poco cabroncete.)

Feliz 2008

Raúl dijo...

Hei! Esto es un cuento que afortunadamente tiene ficción. Al menos no me he juntado con semejante compañero de cordada jeje, pero sí sé de un colega al que le soltaron una perlita asi en una situación similar.
Feliz año!

Nell dijo...

bufff.... menudo relato.... se me ha puesto el estomago en la garganta... chapooo!!!!!