Tras unos preparativos que se limitaron a encargar una bici de alquiler para Sergio, ¡los ladrones de Lufthansa querían cobrarle 70€ por trayecto por facturar su bici!, comprar unos mapas y comida y poco más, llegó el día.
Se trataba de salir en tren desde Tübingen y pedalear 2 días y medio, comenzando el viernes y volviendo al "pueblo" en tren el domingo (o pedaleando, según se diera la cosa). Debido al retraso de su maleta, al final acabamos pedaleando de noche el primer día. Aún así pudimos acercarnos lo suficiente a la Selva Negra desde el punto de inicio, Horb am Neckar, impuesto por los horarios de tren, y meternos ya las primeras cuestas del viaje. En unas 2 horas hicimos unos 26 km que nos supieron bien y nos llevaron hasta Wittlensweiler. Cuando ya habíamos decidido buscar un lugar para dormir, vimos un granero con una prometedora superficie llana. En la parte de atrás pusimos nuestro campamento, pero nada de tienda, hacía muy bueno. Cuando ya estábamos cocinado y hablando de esto y lo otro, llegó la policía. Algún conductor que llegaba al pueblo o algún vecino desde unas casas a 500 metros debió sospechar de las luces de nuestros frontales...No pasó nada, con mi fluido alemán (juas juas) pude salir del paso y explicarles que nos íbamos pronto y que se nos había hecho de noche (evidentemente, debieron pensar) y bla bla. "Alles klar, alles klar, pasadlo bien" y se fueron por donde habían venido.
Tras una noche por mi parte casi sin pegar ojo, arrancamos bien temprano. Enseguida vimos que habíamos acampado a 100 metros de la entrada del pueblo jeje. Hicimos nuestra primera parada para re-desayunar ya en Freudenstadt, a los pies de la Selva Negra. Desde ahí en poco tiempo ya conseguimos conectar con la ruta objetivo: la Schwarzwaldradweg o "negro-bosque-bici-carril"...en fin...El caso es que fue todo un éxito. Qué pasada de ruta, ¡rumbo al sur!. Kilómetros y kilómetros de pistas forestales por bosque interminable de píceas. De vez en cuando se abría una pradera con una granja o cogíamos altura suficiente para ver los valles circundantes. ¡Bosque sin fin! Eso sí, enseguida nos dimos cuenta que no regalan eso de estar horas sin ver a nadie: nos hicimos los reyes del plato pequeño y al grito de "¡molinillo!" lo metíamos sin contemplaciones. Cuestas largas, duras, seguidas de rampas más duras. Una pasada. Al medio día ya cogimos una bajada que nos llevaba al valle del río Kirnzig y Wolfach (los pueblos alemanes también tienen fiestas en verano). Tras una merecida parada para repostar agua, comer de todo y descansar una rato, cogimos el valle con ganas y demasiado calor para conectar con lo que nos esperaba: subida sin parar hasta que acabara el día. Horas de subida. En las rampas más duras, el motor de un vespino dijo basta, justo cuando nos intentaba adelantar. Un sonido sordo...pfffff. Nos echamos unas risas, pero sólo cuando ya habíamos pasado la rampa dura jeje. Aquello quedará bautizado como el "Angliren". ¡Y nos lo queríamos perder! Después la pendiente, aunque no paraba de ser cuesta arriba, suavizaba y al menos nos dejaba ir hablando. Al final del día y la cuesta, tras pasar otro buen rato por bosque y sin ver ni a perri, encontramos un sitio tranquilo para dormir 90 km y 11 horas después de salir, cerca de Schonach im Schwarzwald. El calor nos permitía dormir sin tienda aunque los mosquitos asesinos aconsejaban montarla. ¡Casi 20 picotazos pude contar! A partir de ahora, no sin mi repelente de mosquitos.
Ya el domingo, el plan salía rodado, seguir la ruta de la Selva Negra hasta un punto, ya cerca de Friburgo, que nos permitía coger rumbo este para conectar con el valle del Danubio. Pero claro, eso tampoco lo regalaban y varios despistes de la ruta nos costaron muchas cuestas de más. Cuando ya cogimos la ruta de salida hacia el Danubio, la cuesta abajo hizo que los kilómetros cundieran muchísimo, aunque fueran igualmente agotadores. Cuando ya conectamos con el gran río europeo (a esas alturas todavía uno del montón), tras alguna cuesta de las que no te esperas, estuvimos pedaleando hasta llegar al borde de la pájara. Menos mal que paramos a comernos las últimas barritas, geles, nutela y todo lo que pudimos. En un empujón más, tras 104 km ese día llegamos a Tuttlingen, donde cogeríamos el tren de vuelta a casa.Desde luego una experiencia para repetir. ¡Que gran viaje hermano! Eso sí: nunca creáis que el asiento de la bici es tan cómodo como para no usar coulotte...jajaja. Qué pardillo soy! Y qué dolor...
(las 3 fotos son del segundo día de pedaleo)