7:30 de la mañana de un sábado cualquiera. Unos
cuatrocientos zumbados disfrazados con todo tipo de cachivaches rompemos la
tranquilidad de Miraflores de la Sierra y nos disponemos a recorrer la carrera
“corta” del programa del Gran Trail de Peñalara. Bastante sueño. Y eso que este
año el apoyo logístico de Sergio se ha multiplicado incluyendo la furgo para
dormir. Pero es que los nervios no han dejado descansar bien. Unos 63 km nos
esperan para recorrer algunos de los grandes rincones de la sierra madrileña.
Siempre digo que en las carreras largas lo más
difícil es llegar en buenas condiciones a la línea de salida. Hay que
planificar con muchos meses de antelación, muchos madrugones, muchos
kilómetros. En mi caso todo empezó hace algo más de un año, cuando me inscribí
como voluntario para esta misma carrera ya con la idea de optar a alguno de los
dorsales disponibles fuera de sorteo. Quizás ya empezara hace dos años, cuando corrí esta misma carrera. La experiencia fue tan buena, el resultado tan
satisfactorio, que tenía el reto escondido de volver a vivir todo aquello y,
por qué no, mejorarlo.
Tras despedirme de Sergio, al lío, poco espacio
para risas y a correr. Siempre me da la impresión de que hay demasiadas prisas
al principio en estas carreras largas. Empezamos con una ascensión al puerto de
la Morcuera siguiendo una ancha pista durante varios kilómetros. Permite que el
pelotón se estire antes de que llegue terreno más estrecho. Pronto me alcaza
Daniel Marcos, compañero de esta misma carrera en 2015, que va muy fuerte y
enseguida se adelanta. ¡Vaya carrerón Dani! Buenas sensaciones en este
inicio, aunque no me compliqué y anduve pronto para dosificar el esfuerzo.
Llevaba aprendidas las referencias de 2015 y tampoco quería volverme loco.
Antes de darte cuenta acaba la primera ascensión.
Buen tiempo. Bastante gente animando a esas horas, aunque aún no podemos refrescarnos
y toca correr un tramo por senda paralela a la carretera para el primer
avituallamiento, que este año está junto al Albergue de la Morcuera. La
experiencia anterior me decía que podía ahorrar bastante tiempo en los
avituallamientos y no me entretuve mucho más que para cargar agua. A esas
alturas ya me estaba comiendo el segundo gel del día y había tragado casi litro
y medio de agua. ¡Y lo
que quedaba! La teoría decía que tenía que ingerir entre 30 y 40 gr de hidratos
por hora y doblar esas cantidades a partir de la cuarta hora. Ese era el plan,
así que una variable más que controlar.
La bajada a Rascafría este año era en su totalidad
por una ancha y monótona pista forestal. Difícil no dejarse llevar demasiado.
Difícil dosificar. Hace dos años se intercalaban tramos de senda que acortaban
la bajada y la hacían más amena. Esta vez salieron unos 15 km de bajada casi
ininterrumpida, más otros dos kilómetros largos ya en Rascafría hasta el
siguiente punto con ayuda. La verdad es que tenía buenas piernas y me dejé llevar
más que en 2015. Odiosas comparaciones. Ahí me di cuenta de que las referencias
ya no me valdrían para mucho, ya que el recorrido se había alargado bastante.
Resultado: a pesar de bajar mucho más rápido este año, al llegar al avituallamiento
acumulaba retraso. Junto al Puente del Perdón Sergio me espera ya montado en su
“burra”, que ese Ironman está ya próximo. El tedioso tramo llano por Rascafría
me decía que igual me había pasado en la bajada. De nuevo, avituallamiento
rápido, cargando más agua esta vez y tomando sales. Para organizarme, llevaba
de inicio la comida que calculaba para este primer tramo hasta Rascafría,
además de dos bolsas con la comida para los otros dos bloques que me había
marcado: Rascafría-Cotos y Cotos-Navacerrada. Tocaba echar mano de la primera
bolsa, la más pesada.
Comienza el tramo clave de este recorrido: la
ascensión al Puerto del Reventón y el cresteo a Peñalara por Claveles para
después bajar a Cotos. Tiene el mayor desnivel, el terreno más técnico y al
mismo tiempo las vistas más espectaculares. Este tramo en sí mismo es ya una
ruta cinco estrellas, razón principal de que me inscribiera en 2015. Comienzo
con ánimos, andando, pero con paso ligero. Hay que seguir dosificando y llegar
con piernas a los tramos más duros. Sin embargo, a mitad de la subida ya noto
que las piernas no van como en semanas anteriores, medio acalambradas y con
dificultades para intercalar tramos de carrera. Cuando intento correr, noto
molestias en la rodilla izquierda. A pesar de ello avanzo ligero y no pierdo
muchas posiciones. Hasta el Reventón es una ascensión larga, con un largo tramo
por pista con muchas zetas. Fue bueno entrenar por aquí con Dani hace unas
semanas y tener el recorrido fresco en la memoria. Antes del avituallamiento me
distraigo viendo un camión del ejército varado entre los piornos. Y un grupo de
militares de la UME rascándose la cabeza.
De nuevo el protocolo a seguir al llegar al punto
de refresco del Reventón: beber, cargar agua en los bidones y el “camel”, tomar
sales y ver en el reloj si toca comer o no. Sigo avanzando. Tras el
avituallamiento aún hay que subir un rato antes del primer descanso real del
cresteo por estos montes Carpetanos antes de Claveles. Ya ahí noto que las
piernas van muy mal, que el tobillo derecho lo llevo resentido y sobre todo un
dolor agudo que va a más en la rodilla izquierda. Es la maldita cintilla que
tanto me hizo sufrir en Somiedo, aunque aquella vez en la derecha. Las dudas,
las sombras y el cabreo me asaltan. No sé si debido a eso, pierdo ritmo también
en las partes de subida y el dolor aparece también en los pasos más forzados
cuesta arriba. No puede ser, ¡llevo poco más de mitad de carrera! Es en este
tramo, bastante largo, en el que recuerdo a Sabina y eso de que “Al lugar donde
has sido feliz no debieras tratar de volver”. Y es que al reto de mejorar la
experiencia previa se unía el miedo a que esta vez todo fuera un desastre y la
emborronara. En fin, son dinámicas de pensamientos negativos difíciles de
romper.
Voy avanzando como puedo. En algunos tramos subo
bien, en otros algo más dolorido y en los de bajada o falso llano soy casi
incapaz de correr. Poco antes de iniciar el ascenso a Claveles me encuentro a
Fernando. El tiempo justo para contarnos nuestras penas y darnos un abrazo. ¡Qué alegría verte compañero!
Comienza la subida más dura y técnica del día. No llevo buenas piernas, pero ya
la conozco y sé que no es muy larga. Ademas, tengo ganas de jugar subiendo
entre los bloques. Antes de llegar a la parte alta de Claveles otro encuentro
con un “getepero”, Jose esta vez. Qué duro pensar que aún les quedan casi 50
km.
Y por fin llego a Peñalara, el tramo
Reventón-Peñalara 14 minutos más lento que en 2015, de nuevo malditas
comparaciones. De lejos me saluda Sergio, que me espera para acompañarme un
rato. Qué alegría, la verdad. Paso de estar encerrado en los versos de Sabina a
compartir las penas con él y me termina convenciendo de que en un momento
estamos en Cotos y ahí recuperaré. El comienzo de la bajada se me hace muy
penoso, sin poder bajar con normalidad. Pero poco a poco parece que las piernas
reaccionan y acabo corriendo cuesta abajo, no sin algún pinchazo que me pone en
mi sitio.
En Cotos la emoción de ver a Sara y las niñas da
mucha fuerza. Mucha. Es el avituallamiento más largo del día, con la ayuda de
Ullé y Daniel Mesas, los demás voluntarios y los sanitarios. Bebo y demás
rutinas, pero además me doy hielo en la cintilla, me aplican Reflex y cuando
menos me lo espero me dan un Ibuprofeno. Fotos, besos, abrazos y sigo rumbo a
Bola del Mundo. Al poco de arrancar saco de la mochila la segunda bolsa de
comida y pongo todo a mano. La larga subida por la Loma del Noruego la paso
hablando con unos y otros y se me hace menos pesada que en otras ocasiones.
Llevo mejores piernas y voy más animado. Cuando termino la última rampa no
puedo evitar un sentimiento de euforia, aunque estoy expectante por ver si
puedo bajar bien hacia la Barranca. Tras el avituallamiento, muy rápido,
empiezo a correr sin problema y con buen ritmo. El primer tramo técnico también
y enseguida gano varias posiciones. Será que la droga ha hecho efecto o
simplemente estar pensando en que ya queda muy poco. Ya en la pista que lleva
al aparcamiento de la Barranca alterno posiciones con una pareja que parece que
van a competir y ponerlo difícil. Tanto que antes de Navacerrada ando un tramo
y se me van. En la pista, fuera del pinar hace un calor terrible. Llevo medio
litro de agua y me lo voy echando por encima. A tramos corro a un ritmo
bastante alto para esas alturas de carrera, pero paro en una pequeña cuesta
antes del cruce de la carretera y tomo un poco de aire.
Cruzo la carretera, entro en el pueblo y ya se oye
a lo lejos la megafonía de meta. Solo queda un último empujón. A pesar del
recorrido más largo (casi tres kilómetros más) y la crisis de Peñalara, no
pierdo tanto tiempo respecto a la vez anterior. Quizás la comparación no sea
tan odiosa y veo ya todo en color. Alegría, emoción, mucha emoción. ¡Meta!. Hay que tratar de volver
siempre al lugar donde has sido feliz, pero teniendo en cuenta que todo cambia
y tú también.